En busca del Sílex

Si existe algo que junto con las pinturas rupestres nos ha informado desde la evolución hasta la vida cotidiana de nuestros antepasados, pasando por sus continuas migraciones y salidas, esto ha sido sin duda, su industria lítica. Y más concretamente un material pétreo que podría ser asimilado al oro de la prehistoria. Su nombre es el Sílex y tanto su localización como su manufactura para una evolutiva y excelente transformación para la supervivencia de nuestros antepasados, es prueba de su importancia tanto para ellos como para nosotros.

Viajes a la prehistoria no quería dejar pasar la oportunidad de entablar un primer contacto con esta parte de la vida de nuestros antepasados, donde el sílex les sirvió tanto para abastecerse, mediante la creación de herramientas de caza como para la posterior preparación y conservación de los alimentos y de las pieles de los animales, que una vez trabajadas les servirían de abrigo.

La tarea no era sencilla. El primer paso, después de observar catálogos, fotografías y vitrinas repletas de diferentes tipos de útiles de sílex, era conocer su textura.

Fue un geólogo, el que nos mostraría un gran bloque, el cual tuvimos oportunidad de palpar. La sorpresa fue, que lo que a priori parecía una tosca piedra de montaña, se convirtió al contacto con nuestros dedos en una suave superficie laminada, que parecía casi pulimentada.

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La magia de esta piedra, es que cuando uno intenta partirla, se descompone en laminillas y pequeñas lascas, lo cual nos dice mucho de las excelentes manos y de las horas y horas de práctica que nuestros antepasados en la prehistoria tuvieron que echar, antes de conseguir los fantásticos bifaces, símbolos seguramente de estatus, poder o relevancia, muchos de ellos, más allá de las diferentes utilidades que se les otorgase.

En segundo lugar, con la información en mano, a cerca de las coordenadas aproximadas de localización de yacimientos, emprendimos uno de nuestros viajes a la prehistoria.

La mañana había amanecido soleada, tras dos semanas de lluvias incesantes, y la emoción junto con un paisaje idílico de mar y montaña a partes iguales, nos acompañó durante todo el trayecto.

Si cualquier profesional nos hubiese acompañado, os aseguro que no hubiese sido tan emocionante, pues la sangre del explorador que todos llevamos dentro, se reactiva en cada salida, tan solo con la ilusión de reencontrarnos con un pedacito más de este gran puzzle que conforman los viajes a la prehistoria.

El camino, todavía embarrado y con leves pendientes, estaba marcado como una ruta senderista, haciendo un recorrido por los montes donde se sabe, iban los hombres del paleolítico superior que habitaron las cuevas de Cantabria, a recoger sílex. Lo difícil era que 14.000 años después, nosotros lo encontrásemos. Pero la salida valía la pena por sí sola, pues el lugar, repleto de vida y vegetación, sus inmejorables vistas al mar y a los Picos de Europa y ese aroma a hierba mojada, hacía que cada paso valiese la pena.

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Tras caminar algunos kiómetros, las primeras evidencias se hicieron patentes. Aquellas piedras que se asomaban en el camino, no eran como las anteriores. Tras varios intentos de rotura, estas partían diferente. En ellas había algo especial, algo que hacían que al mirar en su interior, al observar su color, y sobre todo al tocar la suavidad de su textura impecable, no dejaba lugar a dudas. No habíamos llegado al famoso pico de las coordenadas pero allí, en medio del camino, no dude en agacharme, manchar mis manos de barro e intentar extraer una de aquellas piedras en el camino. El oro que tantos senderistas habían pisado en sus largas caminatas, y para los cuales, aquellas piedras disimuladas por una superficie rugosa, habían pasado desapercibidas. Pero no lo fueron para mí. Cerrar los ojos y ver lo que ellos 14.000 años antes habían visto, pensar, que allí, en el mismo lugar, en el no-tiempo, nuestras vidas se cruzaban, fue muy especial.

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Volví a dejar las piedras en su sitio, pues no eran de gran tamaño para intentar cualquier experimento de arqueología experimental, pero ya teníamos la primera pista, del sendero de la prehistoria, que les conducía y que nos conducirá a la cima del oro, de uno de los elementos más valiosos para el hombre de la prehistoria.

Viajar a la prehistoria, no es solo visitar los lugares donde vivían nuestros antepasados. Viajar a la prehistoria es sentir la prehistoria, conocer y entender que movía a nuestros antepasados, que les ayudó a sobrevivir y que necesitaron para conseguirlo.

Nuestro nuevo protagonista, el sílex, ya no será visto nunca más como una piedra detrás de una vitrina en el museo. No después de salir en su busca. No después de reconocerlo, admirarlo y trabajarlo. Pues admirando sus características, hemos conocido la maestría de sus primeros artesanos.

©Viajes a la Prehistoria

 

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