Espeleología, experiencia en una cueva

Espeleología, experiencia en una cueva

No diré de qué cueva se trata, ni tampoco cuándo nos dejamos llevar a  través de sus galerías intrincadas y pequeños pasillos claustrofóbicos que cortan la respiración. Tan solo les contaré la aventura en el interior de una cueva junto a un espeleólogo muy experimentado y un grupo de amigos una mañana soleada y tranquila..

Habíamos quedado aquella mañana en un paraje algo alejado de la ciudad. Tras bajar del coche y ataviarnos con linternas, cascos , ropa cómoda y agua, recorrimos el camino escondido y empedrado que nos llevaba a la entrada de la cueva.

Una cueva poco conocida. Apenas por algunos arqueólogos y espeleólogos como el amigo que nos acompañaba y nos servía de guía. Tras las fotos de rigor y las sonrisillas que coquetean con cualquier aventura, nos dispusimos a entrar de uno en uno por aquella boca menuda y estrecha que daba paso a una galería central donde nos fuimos reuniendo.

A partir de ese momento, ya no había vuelta atrás.

Habíamos visitado algunas cuevas acondicionadas para las visitas y la entrada de otras, simplemente hasta sus vestíbulos, pero aquello era otra cosa.

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La oscuridad y el polvo, tan solo interrumpidos por nuestras voces y el sonido de nuestros cuerpos, en ocasiones arrastrándose por el interior de tubos de piedra minúsculos en los que solo cabía una persona tumbada comenzó a agobiarme un poco.

Habría transcurrido una hora desde nuestra entrada y nuestro guía experimentado, nos comunicó los metros que habíamos recorrido y a cuántos metros nos encontrábamos de la salida. Al escuchar aquello mi cerebro se activó y una especie de ansiedad comenzó a apoderarse de mí.  Me quedé quieta, sentada en una roca, mientras el resto del grupo charlaba de cuanto nos quedaba por recorrer para ver algunas de las maravillas que esconden estos lugares subterráneos. Pero yo seguía en mi mundo. Alumbré atrás, tratando de buscar una salida y echar a correr pero todo era oscuridad. Y comuniqué al guía que me estaba entrando mucho agobio. Me dijo que era una valiente, cosa que me sorprendió, pero que aquello tenía una explicación. Mi cerebro estaba preparado para el peligro y se había activado la señal de huída. Trató de tranquilizarme mientras contaron algunos chistes, y me vi obligada a continuar galerías abajo siguiendo al grupo. En otra de aquellas paradas, uno de mis compañeros me dijo que él también se sentía algo agobiado y que si tenía una de esas pastillitas de menta «smint».. No era la única que no estaba acostumbrada a encontrarse a tantos metros bajo tierra.

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Al llegar al punto más alejado, encontramos un río subterráneo y el guía nos comunicó que en aquella cueva se había perdido mucha gente, y que muchas veces le habían llamado a él para proceder al rescate. Al menos esto era un consuelo. Pero al girar nuestra cabeza, alumbramos una de las paredes y unas hermosas formaciones nos sorprendieron en mitad de aquella polvareda. Era increíble ver como en medio de aquel laberinto de piedra podía formarse cosas tan bellas.

Desde luego, el regreso fue más rápido y más divertido. Incluso llegamos a quedarnos un buen rato dialogando sobre la vida y la prehistoria, mientras teníamos polvo y barro hasta en las pestañas..

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Giuse y yo nos quedamos los últimos y cuando vimos la luz, la salida, la boca de la cueva, una inmensa emoción nos recorrió por dentro. Era como renacer. Volver a la vida. Al oxígeno puro. Al calor del sol. Una experiencia en definitiva que nos marcará para siempre, y que nunca se han de realizar sin el acompañamiento y ayuda de expertos espeleólogos, pues tu vida y la de las personas que te acompañan está en juego.

Pero lo mejor de todo, fue compartir la experiencia con aquellos nuevos amigos que formaron parte de nuestras  primeras salidas a la prehistoria.

©Viajes a la prehistoria

 

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